Collage íntimo

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Trocitos...

jueves, 9 de octubre de 2014

“VERANO AZUL”, “BOYHOOD” Y EL SACERDOTE CON ACENTO SOVIÉTICO

Bueno, pues ya pasó el cálido verano. Hace tiempo. La pura verdad es que me he relajado tanto y he tenido el tiempo tan ocupado, que no he sentido la necesidad de escribir en el blog. He estado leyendo mucho y he disfrutado de eso. A veces se me ocurría alguna cosilla, pensé en las típicas imágenes veraniegas, pero ya he hablado alguna vez de eso y tampoco quiero repetirme y aburrir al personal. Este año, no.
Pero llevo ya unas semanas con esta idea revoloteando por dentro de mi cabeza y me apetecía hablar de ello. A mediados de verano nos enteramos de que estaban reponiendo la famosa serie "Verano azul". Unos primos y amigos ya la estaban viendo. Hacía unos días que había empezado a emitirse a la hora del almuerzo, pero soy partidario enfermizo de no ver nada "ya empezado". Soy absolutamente incapaz de ver una película que lleve ya empezada cinco minutos… Pero, gracias a las nuevas tecnologías y  la televisión a la carta de TVE, pudimos iniciarla desde el primer capítulo.
Desde que los niños comenzaron a crecer y a ser medio personas, tenía clarísimo que quería que vieran esta serie. Mejor aún, verla con ellos. Guardaba un recuerdo virgen, por decirlo de algún modo, de aquel primer disfrute en su estreno de 1981. El recuerdo de una primera y única visión con ojos de niño, sin el vicio de alteraciones posteriores, de los "filtros" ejercidos por cada renovada perspectiva de diferentes edades. Me agradaba la idea de haberlo conservado así. Quizá por eso he descubierto tantas y tantas cosas al cabo de los años; porque ha pasado el suficiente tiempo, el necesario, y "mis ojos" han cambiado mucho.
"Verano azul", aparentemente, puede parecer una serie "infantil". Podría también, entre los que me incluyo, ser considerada como "familiar". Personalmente, y haciendo un órdago a la grande, diría más: creo que es una serie imprescindible para padres que quieran descubrir algo más de la vida y de los hijos, y aprender a disfrutarla como si fueran niños. Sirve, además, para aprovechar y ver algo "en familia" en ese aparato doméstico que nunca descansa. Recomiendo olvidarse de los Pokemon y de las noticias y llenar bien el sofá de cuerpos menudos y menos menudos, entrelazados, abrazados, bien juntitos… Y aprovechar las historias que se van sucediendo a lo largo de estos 19 capítulos de una hora, y aprovechar las diversas y cotidianas situaciones que en ellos se nos presentan para hablar, explicar y educar a nuestros hijos… Con medida y mesura, ¿eh?, que como se den cuenta de que aquello huele a encerrona educativa, salen por piernas y no hay quien los pille. Que ya sabemos cómo se las gastan.
En mi humilde y poco experta opinión, Antonio Mercero realizó en 1981 una de las grandes obras maestras de la televisión. Lo que ocurre, es que, a menudo, a aquello que se presenta con un tono amable y divertido, rápidamente lo clasificamos como obra menor, carente del fondo y la enjundia que tienen las obras puramente dramáticas. Craso error.
Esta serie, en mi opinión, y envuelta en un agradable tono de comedia infantil, es un gran drama cuyo tema principal es el viaje iniciático que nos lleva a todos de la infancia a la edad adulta. Esa edad crucial en que se descubren los grandes sentimientos, las grandes verdades y los terribles secretos de la vida de los mayores. Ubicada cronológicamente en un largo verano, de aquellos en que los hijos permanecían en el lugar de veraneo con las madres mientras los padres, salvo quizá un par de semanas, quedaban como "Rodríguez", solos en la vivienda familiar. Alguna que otra película del "landismo" ha nacido de ese concepto ibérico y cachondón, pero ese es otro tema… A lo largo de los capítulos y del verano, se suceden conflictos en torno a los grandes temas de nuestra existencia y van siendo tratados de forma tierna y aleccionadora. La paternidad, la amistad, la pérdida, el paso a la vida adulta, la política, los celos, la rivalidad, el amor, la sexualidad, la enfermedad, el conflicto generacional, el compañerismo y la solidaridad, y temas que entonces apenas comenzaban a brotar como el ecologismo y el divorcio.
Los padres de los chiquillos (salvo Agustín, el modélico y cercano padre de Bea y Tito) parecían no acertar nunca con la tecla en la difícil tarea de la educación y se indignaban e incomodaban con la amistad surgida entre los chicos y el binomio compuesto  por Julia, la solitaria pintora (María Garralón) y el viejo marinero y pescador Chanquete (Antonio Ferrandis). En el fondo, se deja entrever que el irresoluble misterio residía en algo tan sencillo y eficaz como saber escuchar, dedicarles tiempo, atenderles, preocuparse por sus cosas, empatizar con sus preocupaciones y sus problemas.
Aparte de deliciosamente divertida y llena de enseñanzas, esta serie es una magnífica ocasión para hacer eso, dedicarles tiempo, hacer algo tan sencillo como "ver la tele con ellos" y aprovechar para hablar y para aprender. Me refiero a nosotros.
* * *
Relacionada, en cierta forma, con estas sensaciones paterno filiales experimentadas con Verano Azul, necesito hablar de la película "BOYHOOD" (2.014), un film de Richard Linklater, director al que adoro y del que ya os hablé en relación a aquella trilogía "Antes del amanecer", "Antes del atardecer" y "Antes del anochecer".
Igual habéis escuchado algo sobre esta película (o incluso la habéis visto). Es esa cuya primera genialidad reside en su idea conceptual: contar la historia de la infancia de un niño (y su entorno familiar) usando a los mismos actores durante doce años. Al inicio de la película, Mason (Ellar Coltrane) tiene seis años y esta acaba cuando cumple los dieciocho y se marcha a la universidad. No recuerdo que "esto" se haya hecho antes y sólo por eso creo ya merece la pena ir al cine a verla. Un amigo me preguntó: "¿Pero la película tiene algo más o solo es "eso" de que son los mismos actores?". En mi opinión "eso" es sólo la punta del iceberg, el brillante germen que la hace brotar, pero el resto, el desarrollo de la historia, el afinado guión, las medidas interpretaciones, la insólita verosimilitud, la transparencia de intenciones, la emocionante verdad que muestra en cada personaje, en cada situación, en cada sentimiento.
Lo último que desearía es destripar la película contando qué ocurre e ella, pero, dado que no se trata de un thriller en el que es crucial no desvelar quién es el asesino hasta el momento final y dado que su secreto reside en haber sabido mostrar con genialidad pasajes de unas vidas normales y corrientes (de ahí su subtítulo "Momentos de una vida"), creo que puedo permitirme hablar un poco sobre ella. No mucho, tranquilos.
Mason (Ellar Coltrane) es un niño de seis años, de carácter más bien introvertido. Vive con su madre, joven, separada y abnegada, (Patricia Arquette) y su hermana (Lorelei Linklater). El padre (Ethan Hawke), un aspirante a músico que parece haber desaparecido de la faz de la tierra, sobrepasado por la precoz e indeseada paternidad, de repente vuelve a contactar con ellos y a formar parte de sus vidas en forma de visitas de fin de semana. Así inicia su andadura esta película, a lo largo de la cual se van sucediendo acontecimientos mágicamente cotidianos (con los que resulta fácil identificarse) y a veces dramáticos, propios de cualquier familia moderna.
La madre (Patricia Arquette) no parece ser capaz de controlar su vida, siempre corriendo de un lado para otro. Volcada en los continuos cuidados que precisan sus dos hijos pequeños, sufre el abandono de si misma y de su vida emocional. Cuando los chicos han crecido un poco, decide estudiar para labrarse un futuro. Pronto comienza una relación con un carismático profesor de la facultad. Se suceden una serie de relaciones y cambios de residencia que con frecuencia la alejan de la estabilidad buscada. Finalmente, tanto personal como profesionalmente, su vida parece asentarse, coincidiendo con la época en que los hijos comienzan a ser mayores y a hacer planes por su cuenta.
El padre (Ethan Hawke), es un tipo divertido, gran hablador y práctico consejero. Pretende ser músico. Cuando vuelve a sus vidas, su ex mujer le recrimina constantemente su inmadurez y falta de responsabilidad y compromiso. Durante las actividades de los fines de semana, a base de forzar un diálogo constante, consigue lo que parece un logro imposible para ella (por culpa de las ingratas e interminables tareas cotidianas) interiorizar en sus corazones, conocer sus inquietudes, sus necesidades y divertirse juntos. Aunque su posición es cómoda, pues carece de cargas diarias y aparece sólo el fin de semana para ratos de ocio, ejerce una gran labor de asesoramiento, de escucha, de complicidad y cercanía. Y, aunque de forma independiente, consigue convertirse un complemento indispensable para la educación inevitablemente apresurada de su exmujer.
La hermana (Lorelai Linklater) es una hermana algo mayor, distante y poco afín a Mason. Durante toda la película se mantiene alejada de él y rivaliza abiertamente en lo que parece una relación poco fluida. Mason la sufre con hábil resignación.
Doce años dan para mucho y, a lo largo de ellos, se entretejen, como en la propia vida real, las historias de Mason y de sus padres, sucediéndose momentos dulces y amargos, éxitos y fracasos, relaciones y soledades, ilusiones y decepciones, estabilidad y cambios… La madre de Mason tratando de crecer y encontrar la estabilidad emocional, la pareja definitiva. El padre, madurando y aprendiendo a asumir la triste realidad en la que la música solo será un hobby y debe resignarse a llevar una vida como la de los otros tipos normales.
Y Mason, el pequeño Mason, sin darse cuenta, librando una de las batallas cotidianas más duras que existen, la de crecer, la de madurar, la de hacerse hombre (más aún en esa peculiar cultura yanqui en la que a los dieciocho "picas billete" y comienzas a tener que buscarte la vida). Especialmente los chicos como Mason, sensibles, delicados, especiales, desplazados del prototipo de "chico popular" al que aspiran el 95% de los estudiantes de instituto norteamericanos, el triunfador, el súper-sociable, el capitán del equipo de fútbol que será coronado en el baile junto a la jefa de las animadoras. Mason no es nada de eso (me siento muy identificado con él). Es tímido, poco hablador, un poco "pa dentro", como decía Pedro Guerra. Pronto descubrimos su sensibilidad y esa forma diferente de ver el mundo que, con los años, acabará determinando su vocación y la que se intuye será su profesión.
En resumen, una película rica, cercana, identificable, tierna y amablemente conmovedora que, mostrando pasajes sencillos, me enseñó cosas de la vida que no sabía. Y, sobre todo, me regaló el milagro cinematográfico de ver pasar "una infancia" en dos horas y media, recordándome la cruel fugacidad de la vida, haciéndome tomar conciencia de lo rápida que puede pasar la de mis hijos, delante de mis narices, sin poder detenerla para alargarla, para saborearla. Todavía me dura el pellizco.
* * *
Vengo del tanatorio. Ha fallecido la madre de una amiga. Hemos escuchado misa y rezado en ambiente muy recogido. El sacerdote, que hablaba perfecto español con acento soviético, ha hablado como hacía tiempo que no escuchaba hablar a un sacerdote.  Ha comenzado diciendo: "María vivió setenta años. Yo no sé cuánto dura una vida; cuarenta años, cinco, setenta… Pero sí sé que lo importante es cómo se vive, lo que se hace con ese tiempo".  Y ha finalizado con un imperioso "¡Apresúrense a amar! La vida pasa fugazmente. Las personas desaparecen y sólo quedan sus recuerdos. ¡Apresúrense a amar! ¡Dediquen su tiempo a amar a los demás!".

El tiempo: esa cuarta dimensión que todo lo condiciona porque viaja a gran velocidad en una carretera de sentido único y que tanto nos preocupa a Linklater, al sacerdote de acento soviético y a un servidor.  ¡Apresurénse a amar!