Estos días, celebramos el 40 cumpleaños de una de las personas que más significan para mí: mi hermana Marta.
Si yo nací en octubre del 71, ella llegaba al mundo en noviembre del siguiente año cuando yo apenas había cumplido el año de vida. Por aquella época aún vivíamos en Zaragoza y, mientras mi padre, a sus 28 añitos, comenzaba a abrirse camino en el mundo laboral en aquella España predemocrática de la serie "Cuéntame", mi madre se batía el cobre fuera de su tierra, bregando con sus tres primeros hijos.
Se acercaba el frío invierno aragonés. Pilar tenía dos años y medio; yo uno y Marta acababa de nacer llenando el gélido piso de la calle Carmen con la luz de sus enormes ojos oscuros. Mi abuelo Fernando la llamaba "la Long Plays", pues decía que sus ojos eran como dos discos LP (de los grandes de vinilo, vamos, para que nos entendamos). Las cosas de mi abuelo...
No exagero cuando digo que he sentido (y siento) a mi hermana Marta como un verdadero trozo mío desprendido en otro cuerpo. Desde que tengo uso de razón, nuestro nivel de conexión, de amor, de comunicación, de comprensión y de cercanía ha sido superlativo. Insuperable, diría yo. Me sobra imaginación y no soy capaz de imaginar qué virtudes podrían adornar a una hermana que pudiera considerar mejor.
Y hoy, al celebrar su redondo cumpleaños, tan sólo quiero dar gracias a Dios por regalármela y por los 40 años que lleva enriqueciendo mi vida.
Aunque años más tarde llegó el pequeño Nachete, me crié técnicamente rodeado de niñas. Según cuentan las crónicas, durante aquellos primero años yo era un verdadero torbellino. Imagino que poseído por el dios maño de los desastres, andaba siempre liándola parda para deleite de mis hermanas y desesperación de mamá y papá. Martita era lo opuesto, la bondad hecha niña. Mientras yo lanzaba zapatos por el balcón o desatornillaba lámparas, ella se bebía los tres vasos de leche puestos en la mesa, para que no nos regañaran a ninguno. Pilar andaba un poco a su bola, con el carácter algo para adentro y encontrando "gilis" de colores (pseudoobjeto infantil invisible) por todas partes... Y, luego, el que se tragó las pastillas del abuelo fui yo...jaja
Total, que así fuimos creciendo. Ya en Sevilla, en el piso de "Las Dueñas" y convertidos en medio personitas, descubrimos la camaradería, el juego, la amistad, el compañerismo y la risa, fruto de la suerte de crecer en el seno de una familia rebosante de esa bendita normalidad, no tan acelerada, de aquellos años; finales de los setenta e inicio de los ochenta.
Creo que nos unieron dos cosas por encima de las demás: el juego y el humor. Recuerdo cientos de escenas jugando tanto dentro de la casa como fuera, en el patio. En casa, nos paseábamos con las mantas haciéndolas deslizar por el parquet, y fuera, al elástico. Nos turnábamos para jugar a juegos elegidos por ella o elegidos por mí. Recuerdo tu "nick" cuando jugábamos en el viejo Spectrum 128K: "MARTHA11", por aquellos once añitos como once soles... Mi sueño, acabar una vez una partida de La ruta del tesoro, nunca se hizo realidad; pero, ni falta que hacía. Siempre me meto con ella por eso, pero ahora sé que aquello no era importante, como no es importante conocer cuántas manzanas le quedan a Pedro (que tenía ocho) si le da tres a Miguel. Lo importante es aprender a restar. Entonces, lo importante era aprender a vivir. Estar juntos, pasarlo bien. Querer estar más tiempo juntos. Crecer.
Yo era un poco pesado (como ahora, pero menos) e insistía, en parte porque cuando uno empieza un juego, es para terminarlo... ejem, y en parte porque disfruto muchísimo estando con ella.
Y, así seguimos creciendo, compartiéndolo todo: hicimos la primera comunión juntos, fuimos al campamento juntos, luego los años del bachillerato juntos, estudiábamos juntos en la cocina, salíamos con los mismos amigos y nos fuimos convirtiendo en los padres puretas que ahora somos juntos. Siempre juntos, siempre unidos, siempre conectados y queriéndonos.
Hacíamos juntos la maleta para el campamento y yo me reía de su capacidad de resumir al elaborar la lista, como aquella célebre línea que decía: "cinturón dibujitos" que tanta risa nos daba. Los primeros amores, correspondidos o no; los primeros novietes, las primeras inquietudes de índole sexual... (uysh, se me ha escapao). La risa estaba presente siempre, ora en forma de amor por lo escatológico (¡Por Dios bendito!, ¿quién tiene como color favorito el marrón? jajaja), ora en forma de sonidos guturales, de emisión de derivados lácteos chocolateados por las mismas narices, ora por mis innovadoras recomendaciones para combatir el acné juvenil, ora por nuestras grabaciones de divertidos vídeos domésticos, ora por las imitaciones de Martes y Trece o Azúcar Moreno o lo que se terciara con el fin de echar un buen rato.
Aunque no todo fueron risas, también lloramos juntos cuando nos arrancaban de nuestro Maranchón natal de madrugada, sin tiempo para despedirnos de los amigos y amores del verano... ¡Dioss, qué adolescencia más malaaaaa!
Ni que decir tiene, que, aparte de adorarla con pasión, es una mujer a la que admiro brutalmente, pues es de esas desengañadas madres de la irrupción de la liberación de la mujer. Absorbida por el trabajo que desarrolla profesionalmente y por las interminables horas de ingrato trabajo doméstico en el cuidado de su casa y de sus hijos, sale a flote siempre con una sonrisa y con la cara bien alta que deben llevar las personas que saben que han cumplido. No hay día que no pueda acostarse sin pensar "hoy he vuelto a dar el 120%" porque siempre da más. Sus hijos son tres verdaderos soles, rebosantes de inteligencia, simpatía y bondad, y siempre me ha llenado de orgullo ver cómo los ha sacado para adelante junto a su carrera profesional. Su casa rebosa calor y siempre está abierta para la familia y los amigos, sin importarle el trabajo que le depare antes o después. Sus puertas se abren una y otra vez, para que no falte dónde echar un rato a gusto, sin apreturas. Igual te prepara un arroz negro en dos minutos que unas fajitas de pollo o una tarta de esas de tres quesos de la thermomix. Si te despistas un segundo, ha hecho un brownie y una ensalada gigante o unos bocatas de salchichón...
¡"Martha11" ha cumplido cuarenta años! Fiuuuu... se dice pronto. Cuarenta años de cariño, de bondad y de risas juntos. Cuarenta años de felicidad y de orgullo. Cuarenta años de sentirte cerca y de querer acabar todas las partidas que juguemos, de quererte con toda mi alma y de sentirme el hermano más afortunado sobre la faz de la tierra; por tenerte y por lo que me llega de ti.
Te quiero, hermana. Adoro esos ojos oscuros y todo el universo que guardan detrás.
Un día de estos vamos a tener que bebernos otra botella de limoncello a medias... ¡que son dos días!