Collage íntimo

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Trocitos...

martes, 27 de noviembre de 2012

El 40 cumpleaños de "Martha11"

Estos días, celebramos el 40 cumpleaños de una de las personas que más significan para mí: mi hermana Marta.
Si yo nací en octubre del 71, ella llegaba al mundo en noviembre del siguiente año cuando yo apenas había cumplido el año de vida. Por aquella época aún vivíamos en Zaragoza y, mientras mi padre, a sus 28 añitos, comenzaba a abrirse camino en el mundo laboral en aquella España predemocrática de la serie "Cuéntame", mi madre se batía el cobre fuera de su tierra, bregando con sus tres primeros hijos.
Se acercaba el frío invierno aragonés. Pilar tenía dos años y medio; yo uno y Marta acababa de nacer llenando el gélido piso de la calle Carmen con la luz de sus enormes ojos oscuros. Mi abuelo Fernando la llamaba "la Long Plays", pues decía que sus ojos eran como dos discos LP (de los grandes de vinilo, vamos, para que nos entendamos). Las cosas de mi abuelo...
No exagero cuando digo que he sentido (y siento) a mi hermana Marta como un verdadero trozo mío desprendido en otro cuerpo. Desde que tengo uso de razón, nuestro nivel de conexión, de amor, de comunicación, de comprensión y de cercanía ha sido superlativo. Insuperable, diría yo. Me sobra imaginación y no soy capaz de imaginar qué virtudes podrían adornar a una hermana que pudiera considerar mejor.
Y hoy, al celebrar su redondo cumpleaños, tan sólo quiero dar gracias a Dios por regalármela y por los 40 años que lleva enriqueciendo mi vida.
Aunque años más tarde llegó el pequeño Nachete, me crié técnicamente rodeado de niñas. Según cuentan las crónicas, durante aquellos primero años yo era un verdadero torbellino. Imagino que poseído por el dios maño de los desastres, andaba siempre liándola parda para deleite de mis hermanas y desesperación de mamá y papá. Martita era lo opuesto, la bondad hecha niña. Mientras yo lanzaba zapatos por el balcón o desatornillaba lámparas, ella se bebía los tres vasos de leche puestos en la mesa, para que no nos regañaran a ninguno. Pilar andaba un poco a su bola, con el carácter algo para adentro y encontrando "gilis" de colores (pseudoobjeto infantil invisible) por todas partes... Y, luego, el que se tragó las pastillas del abuelo fui yo...jaja
Total, que así fuimos creciendo. Ya en Sevilla, en el piso de "Las Dueñas" y convertidos en medio personitas, descubrimos la camaradería, el juego, la amistad, el compañerismo y la risa, fruto de la suerte de crecer en el seno de una familia rebosante de esa bendita normalidad, no tan acelerada, de aquellos años; finales de los setenta e inicio de los ochenta.
Creo que nos unieron dos cosas por encima de las demás: el juego y el humor. Recuerdo cientos de escenas jugando tanto dentro de la casa como fuera, en el patio. En casa, nos paseábamos con las mantas haciéndolas deslizar por el parquet, y fuera, al elástico. Nos turnábamos para jugar a juegos elegidos por ella o elegidos por mí. Recuerdo tu "nick" cuando jugábamos en el viejo Spectrum 128K: "MARTHA11", por aquellos once añitos como once soles... Mi sueño, acabar una vez una partida de La ruta del tesoro, nunca se hizo realidad; pero, ni falta que hacía. Siempre me meto con ella por eso, pero ahora sé que aquello no era importante, como no es importante conocer cuántas manzanas le quedan a Pedro (que tenía ocho) si le da tres a Miguel. Lo importante es aprender a restar. Entonces, lo importante era aprender a vivir. Estar juntos, pasarlo bien. Querer estar más tiempo juntos. Crecer.
Yo era un poco pesado (como ahora, pero menos) e insistía, en parte porque cuando uno empieza un juego, es para terminarlo... ejem, y en parte porque disfruto muchísimo estando con ella.
Y, así seguimos creciendo, compartiéndolo todo: hicimos la primera comunión juntos, fuimos al campamento juntos, luego los años del bachillerato juntos, estudiábamos juntos en la cocina, salíamos con los mismos amigos y nos fuimos convirtiendo en los padres puretas que ahora somos juntos. Siempre juntos, siempre unidos, siempre conectados y queriéndonos.
Hacíamos juntos la maleta para el campamento y yo me reía de su capacidad de resumir al elaborar la lista, como aquella célebre línea que decía: "cinturón dibujitos" que tanta risa nos daba. Los primeros amores, correspondidos o no; los primeros novietes, las primeras inquietudes de índole sexual... (uysh, se me ha escapao). La risa estaba presente siempre, ora en forma de amor por lo escatológico (¡Por Dios bendito!, ¿quién tiene como color favorito el marrón? jajaja), ora en forma de sonidos guturales, de emisión de derivados lácteos chocolateados por las mismas narices, ora por mis innovadoras recomendaciones para combatir el acné juvenil, ora por nuestras grabaciones de divertidos vídeos domésticos, ora por las imitaciones de Martes y Trece o Azúcar Moreno o lo que se terciara con el fin de echar un buen rato.
Aunque no todo fueron risas, también lloramos juntos cuando nos arrancaban de nuestro Maranchón natal de madrugada, sin tiempo para despedirnos de los amigos y amores del verano... ¡Dioss, qué adolescencia más malaaaaa!
Ni que decir tiene, que, aparte de adorarla con pasión, es una mujer a la que admiro brutalmente, pues es de esas desengañadas madres de la irrupción de la liberación de la mujer. Absorbida por el trabajo que desarrolla profesionalmente y por las interminables horas de ingrato trabajo doméstico en el cuidado de su casa y de sus hijos, sale a flote siempre con una sonrisa y con la cara bien alta que deben llevar las personas que saben que han cumplido. No hay día que no pueda acostarse sin pensar "hoy he vuelto a dar el 120%" porque siempre da más. Sus hijos son tres verdaderos soles, rebosantes de inteligencia, simpatía y bondad, y siempre me ha llenado de orgullo ver cómo los ha sacado para adelante junto a su carrera profesional. Su casa rebosa calor y siempre está abierta para la familia y los amigos, sin importarle el trabajo que le depare antes o después. Sus puertas se abren una y otra vez, para que no falte dónde echar un rato a gusto, sin apreturas. Igual te prepara un arroz negro en dos minutos que unas fajitas de pollo o una tarta de esas de tres quesos de la thermomix. Si te despistas un segundo, ha hecho un brownie y una ensalada gigante o unos bocatas de salchichón...
¡"Martha11" ha cumplido cuarenta años! Fiuuuu... se dice pronto. Cuarenta años de cariño, de bondad y de risas juntos. Cuarenta años de felicidad y de orgullo. Cuarenta años de sentirte cerca y de querer acabar todas las partidas que juguemos, de quererte con toda mi alma y de sentirme el hermano más afortunado sobre la faz de la tierra; por tenerte y por lo que me llega de ti.
Te quiero, hermana. Adoro esos ojos oscuros y todo el universo que guardan detrás.
Un día de estos vamos a tener que bebernos otra botella de limoncello a medias... ¡que son dos días!

martes, 20 de noviembre de 2012

Así va la vida

Hace unos días fui al hospital materno-infantil de Virgen del Rocío. Mis amigos Andrés y Noelia, tras un interminable y agotador proceso, por fin han tenido a sus pequeños. Andrés nació hecho un toro, evitando la unidad de prematuros y ya está en casa con sus papis. Julia nació con algo menos de peso pero guapísima, hecha una bicheja revoltosa y sin problemas, aparte de que precisó un par de semanas de engorde y maduración al calorcito de la incubadora. La pequeñita Ángela, de forma precoz hace ya algunas semanas, nos robó para siempre ese trocito de corazón. Tras darnos toda una lección de fuerza y supervivencia, tomó un atajillo antes de tiempo hacia el cielo, desde donde seguirá cuidando de sus dos hermanos.
Andrés, Noelia, Andrés y Julia, tras meses de enorme desgaste y sufrimiento, ya son una gran familia. Un poco atípica, pues andan ahora aún desbordados por los agobios y trastornos comunes a todos los padres primerizos. No obstante, con tanto amor, tantas ganas y deseos de hacerlo bien, sólo es cuestión de tiempo que las aguas vuelvan a su cauce y vivan con la normalidad de cualquier otra familia, sólo pendientes de catarros, gormitis y facturas...
A todo esto, mi amigo Andrés andaba detrás mía para que fuera un día con él a la visita de las 19:15h a la unidad de prematuros a conocer a la pequeña Julia. Salvando los habituales escollos por compromisos laborales y familiares, un día por fin, conseguimos coincidir y quedamos allí. Cuando llegamos a la unidad estaba allí Noelia, cosa que, aparte de alegrarme sobremanera, me resultó inesperada. ¿Estás preparado para entrar? ¿Para entrar a ver a tu futura ahijada?, (o algo así) me dijo Andrés, mirándome a los ojos con esa intensidad tan suya. ¿Có... cómo? Yo me sentí anonadado, superado, emocionado, halagado... infinitamente honrado. Mil cosas más. Nos abrazamos los tres con fuerza, besándonos y con esos nuditos invisibles en las gargantas. El resto puede ser bastante obvio... así que os lo ahorro.
La alegría ha sido indescriptible. ¡Claro que estoy preparado! Sólo deseo estar a la altura y corresponder a la confianza y el cariño con los que he sido obsequiado. Millones de gracias.
En fin, así va la vida.
Durante estas últimas semanas me he leído un librito que me ha llegado brutalmente al corazón y que, no me cabe la menor duda, me hará ser mejor persona para ejercer esta nueva responsabilidad de la que he hablado antes. El libro me lo prestaron y recomendaron mis queridos Armando y Yoyo y ha superado las expectativas con creces. Se llama "Martes con mi viejo profesor", del periodista y escritor Mitch Albom. Narrado en primera persona y reflejando hechos y experiencias reales vividos por el mismo Mitch Albom y su profesor de la universidad Morrie Schwartz. Tras entablar una hermosa relación durante los años de universidad, alumno y profesor se separan y Mitch desarrolla una exitosa carrera en el mundo del periodismo deportivo, lo cual le aboca a llevar una vertiginosa y superficial vida, olvidándose de todo lo aprendido durante los años de universidad. Quince años después, Mitch conoce por casualidad la noticia de que su viejo profesor sufre una enfermedad degenerativa que lo abocará sin remedio a la muerte en cuestión de meses. Entonces, Mitch decide tomar un avión y acercarse a ver a su viejo profesor. Ese será el primero de una serie de encuentros semanales (cada martes) durante los cuales desarrollaran una tesis sobre la vida y sus principales temas y pilares. Mientras Mitch toma notas y realiza grabaciones con la intención de hacer llegar los pensamientos de Morrie a todo el mundo, se impregna y deja renacer en él los profundos valores que permanecían sepultados. La muerte, el matrimonio, el miedo a la vejez, la amistad, nuestra cultura, cómo perdura el amor, el perdón, el mundo, el dinero, la familia, las emociones, el arrepentimiento, el sentimiento de lástima por uno mismo... todo lo que para mí, constituye lo verdaderamente importante en la vida.
Me ha emocionado hasta la lágrima y me ha empujado a tomar notas mientras leía y a desear aprender más sobre los demás y sobre mí mismo. Por eso hoy os lo recomiendo.
Por ahí en medio, durante este largo periodo de ausencia, fuimos al cine a ver "Lo imposible" de Juan Antonio Bayona (segunda película tras "El orfanato", que no he visto aún). Por decirlo de forma resumida, hacía tiempo que no lloraba tanto viendo una película. Sinceramente, soy un poco nenaza para estas cosas y suelo emocionarme bastante hasta el extremo de sorber mocos con brutal intensidad, si se presenta la ocasión. La película, en mi opinión, entre otras muchas tiene dos importantes virtudes que consiguen mover tales sentimientos. La primera, que está basada en hechos reales. Todo lo que transcurre durante los 107 minutos de cinta, ocurrió de verdad, a personas reales, españolas.Lo trágicos hechos que vivieron María Belón, su marido Enrique y sus hijos Lucas, Tomás y Simón durante el tsunami que asoló la costa de Tailandia durante la Navidad del año 2004. Con espléndidas interpretaciones, Naomi Watts y Ewan McGregor dan vida al matrimonio, genialmente acompañados por los tres niños, entre los que destaca el que da vida al hijo mayor, un revelador Tom Holland.
La segunda virtud estriba en la vocación de conmover con sobriedad, sin caer en lo melodramático. Conmueve salvajemente todo el daño físico sufrido por los protagonistas, con especial mención para una sublime Naomi Watts a quien acompañamos en su periplo llenos de agitación y desasosiego. Y conmueve hasta lo más profundo del alma la emotividad que rezuma cada fotograma, la capacidad para mostrar y desgranar los sentimientos de pérdida, de miedo, de dolor, de incertidumbre... si se me permite la licencia, con más intensidad en las relaciones paternofiliales que en las de la pareja.
Los aspectos técnicos relacionados con la recreación del desastre, pese a ser magistrales, quedan en un segundo plano. Quizá, como debe ser para que la película sea considerada una muy buena película de forma global y no una de esas películas de desastres y efectos especiales estúpidamente superficiales.
No me atrevería a decir que se trata de una obra maestra, pero sí una muy buena película, de brillante realización y capaz de emocionar con sus interpretaciones y dejarte el corazón tocado por unos días. Ni que decir tiene que merece la pena verla, por supuesto, en pantalla grande.
En fin, así va la vida.
Prometo no tardar tanto la próxima vez...