Collage íntimo

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Trocitos...

miércoles, 13 de junio de 2012

Aquellos veranos del Campamento de San Marcos...

(Esta entrada está dedicada con todo mi cariño a mi prima Quini, por su fidelidad y cariño sin límites y por esperarme cada mañana. Un besito).
Todos los años por esta época, mi cabeza se ve invadida por infinidad de recuerdos agolpados en torno a un mismo tema: aquellos maravilosos años del Campamento de Verano de la Parroquia de San Marcos. Y cada año me sorprendo, por la ternura, viveza e intensidad de dichos recuerdos, de la fuerza con que debieron ser grabados en mi memoria; pues su recurrencia estacional es tan bienvenida como pertinaz.
Algunos de los que leeréis estas lineas los vivisteis conmigo, otros descubriréis hoy aquel pequeño mundo; así que, bienvenidos.
Corría el mundialístico año de 1982 y, en su mes de junio, mi madre se veía abocada a aquella intervención de "la vesícula" que luego condicionaría de por vida sus padecimientos digestivos (un besito, mami). Tras unos días de estancia en casa de mis tíos Concha y Gustavo, se estimó oportuna mi inscripción en las Colonias de Verano de nuestra Parroquia de San Marcos. Yo tenía 10 años y aquello me pareció bastante bien, pues 17 días en la playa, haciendo deportes y actividades artísticas mejoraban ostensiblemente las perspectivas de las vacaciones.
El campamento tenía lugar en unas aceptables instalaciones, propiedad de los Padres Blancos en Mazagón, y era organizado y dirigido talentosamente por nuestro queridísimo y peculiar Padre Ernesto, párroco de San Marcos, a la cabeza de un grupo de doce jóvenes monitores. La expedición la completaban un par de expertas cocineras cuya jefa siempre fue María, asistenta del Padre Ernesto durante todo el año en la casa parroquial.
Las instalaciones se ubicaban en medio de una de esas zonas de pinares y dunas tan típicos de la costa onubense, a escasos metros de la playa. Se componía de varias edificaciones de una altura: cuatro casas (las casas número 1 y 2 para los niños, y 3 y 4 para las niñas) con tres dormitorios, aseos y duchas y un salón para actividades cada una. Otro edificio albergaba la cocina y el comedor. Otro (éste de dos plantas), el botiquín y el dormitorio de los monitores varones, también conocido polularmente como "La Bernarda". Un gran campo de fútbol de superficie arenosa e impracticable con porterías hechas de gruesa tubería acogía las actividades deportivas. En el centro del recinto, salpicado éste de pinos y bancos, se encontraba el corazón de la colonia: el mástil. En torno a él, en el amanecer y atardecer de cada día, formábamos un círculo humano y realizábamos una sencilla oración en forma de canción, mientras izábamos o arriábamos ceremoniosamente las banderas de España, Andalucía y Huelva.
Total, que, dicho y hecho; el día 1 de julio (en cuya tarde la URSS ganaría 1-0 a Bélgica) me encontré montado en el autobús que nos llevaba a Mazagón. La estancia en la colonia, ese año en la escuadra 1C, fue bastante divertida y, en fin, no es por ronear, pero recibí los diplomas de "mejor acampado", "primer premio en Expresión Plástica" y "primer premio en Modelado". En fútbol quedamos subcampeones tras la invencible escuadra 2C, que nos sacaban cuatro o cinco años y nos resultaron, de todo punto, inaccesibles.
No sé muy bien porqué, el verano siguiente no quise ir. Cosas de la mente humana (infantil, claro). Y el verano de 1984, empujado por mis padres y por mi hermana Marta (un besito, Marta, guapura) que quería ir, nos lanzamos de nuevo a la aventura.
Aquella segunda experiencia resultó mucho mejor. Quizá porque era algo mayor (12 añitos), quizá porque me cogió el cuerpo de otra forma o, quizá, simplemente porque sí, ese año me enganchó para siempre. El ambiente era algo diferente; mejor. Los monitores habían cambiado y comenzaban a venir también como acampados otros amigos del viejo patio de "Las Dueñas" como Fran, luego Fali (un abrazo para los viejos rockeros) y, año tras año, se fueron sumando otros amigos, hermanos, primos que elevaron aquella colonia a la categoría de "inigualable", por decir algo. ¡Ahí te dormistes, Carlos Pino!
El verano siguiente, con trece años, pasé a la escuadra 2B y, al siguiente, pasó algo absolutamente inesperado.
Lo recuerdo perfectamente. Volviendo con mi madre de "nosedonde" por la calle Sor Ángela de la Cruz (ahora Santa), justo al salir al cruce con la calle Gerona, delante mismo del mítico Bar Dueñas, nos encontramos al Padre Ernesto. Tras unas fórmulas de cortesía y dos requiebros, suelta el cura lo siguiente; así, sin anestesia:
-¿Entonces qué, Salva, vienes este año de mando o qué?
Él llamaba "mandos" a los monitores. Yo me quedé petrificado. Supongo que mi madre también (otro besito, mami). En fin, tenía 14 añitos, cerca de quince... No recuerdo bien el resto de la conversación. Evidentemente le dijimos que sí y nos citamos en el Centro Parroquial para hablar con el resto de monitores y todo lo lógico que se hace llegados a ese punto. Ya conocía a los monitores de los años anteriores y uno de ellos, Manolo Canales, además, era vecino de "Las Dueñas" también. Recuerdo con cariño la acogida de todos: Manolo Gámez, Manolo Remesal, Clemente, T.J., Manolo Pajuelo, Higinio, Enrique, Mari Carmen, RafiManoli, Merchi, Ana Mari, Rosa, Mayte, y resto de monitores y monitoras (seguro que se me escapa alguno). Me asignaron la escuadra 1B (9-10 años) y la actividad de Deporte, junto a José Ignacio. Nos encargábamos de dirigir la gimnasia de primera hora de la mañana y de las ligas de Fútbol para los niños y Balón-Tiro (el "matar", vamos) para las niñas. Y alguna otra actividad deportiva ocasional.
Lo del deporte por las mañanas era una inevitable pequeña tortura. A las 8 de la mañana sonaba la primera "sintonía" a través de la megafonía: "La mañana" de Grieg, creo recordar; y ahí comenzaban a aparecer aquellos delgados y adormecidos cuerpos, caminando como pequeños zombies legañosos hacia el campo de fútbol a pegar unas carreras y realizar unos sencillos y odiados ejercicios desperezantes. Luego, a las escuadras a asearse un poco y prepararse para la oración de la mañana (8:15h), el desayuno (8:40h), la limpieza de las escuadras (9:00h) ¡jajaja!, y las primeras actividades del día (10:00h y 11:00h). Con las sintonías, respectivamente del célebre "Shalom chaverim", el "Never gonna give you up" del amable y ñoño Rick Astley. Lo petó aquel año, el tío.
A las 12:00h, el "No te olvides la toalla cuando vayas a la playa" de los inclasificables Puturrú de fuá nos invitaba a coger bañador, chanclas, toalla y a correr salvajemente hacia el mar. Luego, duchita y a zampar. También salvajemente, claro.
Tras la comida había un ratillo de tiempo libre y, a las 16:00h, Rick Astley de nuevo nos informaba de que era la hora de las actividades. Tras cuatro o cinco días en el campamento uno ya odiaba profundamente a Rick Astley y había aprendido a contener ciertos impulsos homicidas. Lo que pasa es que luego, a las 17:30h sonaban de nuevo los Puturrú de Fua y te volvía a aparecer el tic en el ojo.
Cuando subíamos de la playa, otra vez a pasar por la ducha, a ponerse algo decente y otro buen rato de tiempo libre hasta la oración de la noche con la arriada de banderas y la cena (21:00). A las 22:30h (creo recordar), entre protestas, gruñidos, refunfuños e intentos de regate, sonaba "If you don't know me by now" de Harold Melvin & The Blue Notes y los grupitos se deshacían, las parejitas (¡clandestinas, claro!) se separaban y todos los acampados acababan refugiados en sus respectivas habitaciones. Allí eran reunidos por su monitor que repartía las últimas indicaciones, consejos y reprimendas del día.
Ni que decir tiene, que las habitaciones de los niños hedían de forma nauseabunda. Las de las niñas, menos. Por más que se insistía, el orden brillaba por su ausencia, la ropa, los botines sucios y los restos de comida se acumulaban bajo las literas y creo que al mayordomo de "Lo que queda del día" se le hubieran saltado los "stents" de haber asomado la cabeza por allí. Ni las broncas ni los castigos conseguían cambiar dicha tendencia al "gorrinismo" así que, lo confieso, acabábamos dándolo por imposible.
Algunos días tenían lugar actividades especiales. Era el caso de los días que, por la tarde, salíamos a dar un paseo al pueblo. Los alrededor de ochenta acampados y la mayoría de los monitores invadíamos Mazagón, centrando nuestra actividad invasora en torno al pequeño parquecito, la heladería y el supermercado donde los vándalos y vándalas arrasaban la sección de chocolates, dulces y bollería. La mayoría aprovechaba para pasar por la cabina de teléfono (pero cabina, cabina, eh) para llamar a sus padres e informar de que todo marchaba de maravilla. Ni que decir tiene que alguno llamaba llorando diciendo que quería que lo recogieran, cosa que algunos padres hacían y otros no; al menos en el primer S.O.S. No había móviles, claro. Eran otros tiempos...
Un par de días, por la noche, se celebraba un Fuego de Campamento. En él, todo el campamento se reunía al rededor de una gran hoguera y las diferentes escuadras hacían pequeñas actuaciones. Nos acostábamos un poco más tarde pero merecía la pena por ese efecto casi mágico que ha tenido siempre una reunión en torno a un fuego.
Un día se celebraba la gran mini-olimpiada campamental "El triatlón", con pruebas de velocidad, resistencia y salto de longitud. Un esperadísimo evento deportivo, con medallas para los campeones y toda la parafernalia precisa.
Durante el campamento tenían lugar tres grandes excursiones. Un día, los acampados mayores, las casas 2 (chicos) y 4 (chicas) iban de Marcha al Monasterio de la Rábida. Otro, todo el campamento iba a una finca de cultivo de fresas, la finca de "Las Madres" a recolectar fresas para nuestro consumo propio. "Tres a la bolsa y una a la boca", decíamos. Y, claro, lo hacían al revés y siempre había algún cólico de categoría.
Otro día marchábamos hasta un embarcadero donde tomábamos un barco que nos paseaba por la ría hasta dejarnos en Punta Umbría, donde pasábamos el día de forma un tanto especial. Luego, por la tarde, nos recogía de nuevo y nos llevaba de vuelta a Mazagón.
Todos los años, el 16 de julio, nos poníamos nuestras mejores galas para participar en la procesión de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros. Se celebraba una misa y luego se llevaba la imagen hasta la playa donde era paseada por el mar en una pequeña barcaza a motor mientras otras decenas de ellas, llenas de pescadores, la seguían formando una colorida estela.
A final del campamento tenían lugar dos grandes y esperados eventos: la Verbena y la Entrega de Premios. El penúltimo día por la noche tenía lugar la Gran Verbena, espectáculo sobre un gran escenario para el que, a lo largo del campamento, cada escuadra preparaba una actuación: canciones, videoclips en playback, teatros, noticiarios chistosos, etc. En fin, tan típica como llena de simpatía. Los monitores también preparábamos alguna actuación que, modestia aparte, no quedaron mal del todo. Un año hicimos el célebre "You're the one that I want" de la BSO de "Grease". Los clásicos nunca fallan...
El último día era un día de lo más tristón y se dedicaba a la recogida de todo el material desplegado. Por la tarde, se celebraba la Entrega de Premios con diplomas, trofeos y medallas para los mejores en las diferentes actividades: plástica, modelado, actividades de aire libre (tiro y pista americana), los deportes (ligas de fútbol y balón-tiro) y los diplomas al mejor acampado y mejor acampada que reconocían a aquellos que destacaban de forma global y, sobre todo, en preciadas virtudes como el buen comportamiento, la colaboración y la bondad.
Tras cuatro años, aquellos viejos amigos, los monitores veteranos dejaban paso a otros más jóvenes y con nuevas energías. El padre Ernesto decidió que yo sería el Jefe de Campamento, en sustitución de Clemente. Aun así, mantuve mi actividad como monitor de deportes. José Ignacio se mantenía en el plantel como monitor más veterano y entraban al grupo varias chicos y chicas, acampados veteranos, Muchos de ellos acabarían convertidos en amigos para toda la vida. Andrés Casas, mi amigo del alma, Fali, Emilio FG, Pepe, AlbertoJuanma, Yose, Gustavo, Carlos Andrés, Emilio LG... entre los monitores. Mi hermana Marta, Mari Carmen, María José Casas, María José Gallardo, Loli, Inma, Evi, Inés, Mari Luz, Verónica, Mª Jesús... entre las monitoras. Espero que no se me olvide nadie.
Un grupo majísimo, con entradas y salidas, pero mucha unidad. Con ideas para nuevas actividades (como aquella Conquiliología de Mari Carmen que los niños no sabían ni pronunciar... jaja) y nuevas formas de hacer las cosas. Una de las primeras decisiones fue cambiar las viejas "sintonías" por otras nuevas: "El Bolero" de Ravel (para despertarse), "Jump" de Van Halen (para el deporte matutino), una así religiosa que no sabría decir, para las oraciones de la mañana y de la noche, "The power of love" de Huey lewis & The news (para las actividades), "Surfing USA" de los Beach boys (para la playa), "The eye of the tiger" (BSO de Rocky) (para el almuerzo), "Sweet child of mine" de Guns n' roses (para el paseo) y la nueva versión de "If you don't know me by now" de Simply Red (para acostarse).
Se dejó de ir a la finca de Las Madres y, creo recordar que algún año, la excursión de Punta Umbría se cambió por otra a Portugal. Y algún que otro cambio venido de esferas superiores... lo normal.
El tiempo juntos, la conviviencia, el esfuerzo compartido, los inolvidables buenos ratos y algún que otro mal trago; todas y cada una de las vivencias experimentadas bajo aquel sol choquero de julio, sumergidos en una atmósfera de salitre y resina, entre niños, planes e interminables días, quedaron grabadas en mi corazón y en mi memoria como a fuego sobre la fina y joven piel. Las legañas de la mañana, el café de puchero y los suízos con fuagrás, las manitas llenas de barro y escayola, los goles de la 1A, las toallas al hombro, quince niños tratando de ahogarme, el último se ducha con agua fría, el bendito gazpacho, las comidas con el Padre Ernesto, los turnos de fregado, los asaltos por la noche a la cámara, las parejitas del verano, el Correo Campamental con las crónicas y anécdotas, el día de la "programación" y el de la "pitada", las guerras de agua, las bromas, los secuestros del oso de peluche de Mari Carmen, trepar al mástil para poner las banderas, los motes, Technotronic y Snap (uf!) sonando por todo el campamento, las visitas de los padres los domingos, las guerras de almohadas, las tardes de ensayo de los cantos para la misa, el Padre Ernesto bajando la rampa, las cocineras pelando papas en la puerta del comedor, pan con chocolate para merendar, los partidos de monitores contra acampados, el suelo lleno de pinocha, las plantas de los pies endurecidas, Jesús bebiéndose el champú de fresa (¡olía de bien!), Vanessa que nunca terminaba de comer, las escapadas de "el Buitre", los niñatos del pueblo molestando, los novatos con la cara llena de espuma, Arturo y la 1B con su videoclip del Thriller, Yose durmiendo con varios colchones encima, las fotos en el embarcadero, la sopa de fideos, las botellas de refresco "La Pitusa", la ropa después de hacer la pista americana, ¡cómo pesaba la Virgen del Carmen!, los santos y cumpleaños en el comedor, chuscos de pan volando, lavar la ropa en la pila que había detrás del comedor, los turnos para las banderas, las "dos cositas" que siempre había que decir, "alegre la mañana que nos habla de ti...", "junto a ti al caer de la tarde..." y, ¿como no?, las lágrimas de la despedida...
Muchos de mis mejores recuerdos han quedado retenidos entre aquellos pinos y persisten en mi memoria emocional. Estoy convencido de que hoy no sería la misma persona que soy sin las vivencias de aquellos años, como acampado, como monitor y como jefe de campamento.
Y no puedo evitar aprovechar, aun a riesgo de colmar vuestra paciencia, para mandar tres mensajes:
El primero, para el difunto Padre Ernesto, con todo mi agradecimiento, mi cariño y mi reconocimiento por la gran labor que realizó y todo cuanto nos enseñó, directa o indirectamente. Con sus virtudes y sus defectos, jamás le olvidaremos.
El segundo para todos los compañeros y amigos con quien conviví en el campamento, tanto acampados como monitores, por llenar mi corazón de felicidad y mi memoria de hermosos recuerdos.
El tercero y último, para todos los que sois padres o lleguéis a serlo en el futuro: regaladle estas maravillosas experiencias a vuestros hijos, si está en vuestra mano. Su vida se verá increíblemente enriquecida y, probablemente, les hará personas más independientes, más fuertes y más completas en todos los sentidos.
¡Feliz verano!